La Revolución Científica en el Arte III. Astronomía

En esta entrada vamos a aproximarnos al mundo de la Astronomía. Está claro que la observación del cielo ha ocupado siempre un lugar importante en la sociedad. Contemplando el firmamento se podían obtener beneficios para las labores agrícolas o hallar la ubicación geográfica durante un viaje, especialmente cuando se carecía de brújulas. Pero también ha tenido un significado sociocultural y religioso muy relevante. Con esto no me refiero a que a algunos fenómenos astronómicos, como al paso de un cometa, se le atribuyeran propiedades o consecuencias más o menos místicas, sino a cuestiones como la organización de una sociedad a través de un calendario; a la celebración de festividades, como el año nuevo o aquellas que coinciden con los solsticios y los equinoccios; o a la orientación y disposición astronómica de algunas construcciones.

Imagen 1. Antoine Caron, Astrónomos estudiando un eclipse (1571)

Imagen 1. Antoine Caron, Astrónomos estudiando un eclipse (1571)

En la época que nos ocupa, la Edad Moderna, el interés por los estudios astronómicos aumentó principalmente por tres motivos. En primer lugar, por la Astrología. En el Renacimiento se popularizaron los almanaques, los lunarios y todo tipo de pronósticos astrológicos, los cuales se difundieron con suma rapidez gracias a la imprenta. Esta información astrológica no solo interesaba al pueblo en general, sino que también era consumida por los nobles, los reyes y, de manera especial, por los médicos, pues la Astrología estaba muy ligada a la Medicina. En segundo lugar se encuentra la urgencia de reformar el calendario juliano. La Iglesia solicitó el envío de nuevas propuestas, entre las que se alzaron dos de la Universidad de Salamanca, una de 1515 y otra de 1578, siendo esta última la que sentó las bases del actual calendario gregoriano. En tercer y último lugar, hay que tener presente que la llegada a otros continentes impulsó el desarrollo de la Geografía y la Cartografía y, con ello, el de la navegación astronómica.

Imagen 2. Fernando Gallego (1440-1507), El cielo de Salamanca. Bóveda de la antigua biblioteca de la Universidad de Salamanca, Museo Universitario en las Escuelas Menores

Imagen 2. Fernando Gallego (1440-1507), El cielo de Salamanca. Bóveda de la antigua biblioteca de la Universidad de Salamanca, Museo Universitario en las Escuelas Menores

 

A todo esto hay que añadir la recuperación del legado clásico por parte de los humanistas. Y es que aquellos que iniciaron sus estudios sobre astronomía lo hicieron a partir de los textos clásicos. De hecho, el modelo cosmológico que imperó en la Edad Media y parte de la Edad Moderna fue el de los griegos Aristóteles (384 a.C.-322 a.C.) y Ptolomeo (100-170), quien en su obra Al-magisti (La gran obra) recopiló toda la astronomía griega. Estos exponían un modelo geocéntrico del universo, en el que los planetas describían pequeños círculos (epiciclos), cuyo centro, a su vez, se desplazaba sobre un círculo mayor (deferente) alrededor de la Tierra, que ocupaba el centro del universo. Además, según esta cosmología, el Universo se dividía entre el mundo terrestre o sublunar, sujeto al cambio y la inestabilidad, y el mundo celeste o supralunar, que era inmutable y eterno -lo que hacía pensar que los astros celestes siempre eran los mismos- y cuyo límite inferior se hallaba en el cielo de la Luna.

Siendo así que, a inicios del siglo XVI, Copérnico (1473-1543) partió de estos conocimientos para el desarrollo de su teoría heliocéntrica. De esta manera, Copérnico adoptó algunos de los aspectos de la teoría ptolemaica, como los epiciclos, y afirmaba que cuando los planetas giraban alrededor del Sol lo hacían dibujando una órbita perfectamente circular, puesto que los planetas eran asimismo esferas perfectas.

Imagen 3. Retrato de Copérnico. Old Town City Hall en Thorn (1580)

Imagen 3. Retrato de Copérnico. Old Town City Hall en Thorn (1580)

 

Aunque este sistema ya había sido planteado en la Antigüedad por Heráclides (388-315 a.C.) y Aristarco de Samos (310 a.C.-230 a.C.), la investigación de Copérnico fue toda una revolución, pues desarrolló con más argumentos este modelo y además contradecía la palabra de la Iglesia, aferrada al geocentrismo. De hecho, cuando Copérnico falleció se añadió un prefacio a su obra De revolutionibus orbium caelestium (1543), en el que se explicaba que la teoría heliocéntrica descrita era un mera hipótesis y que con ello no se intentaba desacreditar la teoría geocéntrica.

Imagen 4. Andreas Cellarius, Planisferio Copernicano, Harmonía Macroscopica (1660)

Imagen 4. Andreas Cellarius, Planisferio Copernicano, Harmonía Macroscopica (1660)

 

Un poco más tarde, Tycho Brahe (1546-1601) introdujo otras novedades. Este estudioso consiguió, con el apoyo del rey de Dinamarca, el señorío de la isla de Hveen, donde edificó el magnifico castillo de Uraniborg con un sofisticado observatorio. En la imagen 5 se puede observar la disposición geométrica de los jardines del castillo, en los que la vegetación estaba perfectamente organizada con ese propósito. Las imágenes 6 y 7 son representaciones del observatorio. En la 7 se puede apreciar que se trataba de un edificio semi-subterráneo. En la planta superior aparecen los instrumentos empleados en las observaciones; en la siguiente planta se muestran a los estudiosos que acudían al lugar para aprender de Tycho Brahe; y en la última se advierte un laboratorio dedicado a la alquimia. Tycho está personalizado en el centro del observatorio a una escala mayor que el resto de individuos y con la cabeza hacia arriba observando el firmamento.

Imagen 5. Acuarela del castillo de Uraniborg construido entre 1576-1580

Imagen 5. Acuarela del castillo de Uraniborg construido entre 1576-1580

 

Imagen 6. Observatorio de Stjerneborg

Imagen 6. Observatorio de Stjerneborg

 

Imagen 7. Jan Blaeu, Tycho Brahe, astrónomo y creador de instrumentos (1662)

Imagen 7. Jan Blaeu, Tycho Brahe, astrónomo y creador de instrumentos (1662)

 

Una noche de otoño de 1572 Tycho observó una estrella en la constelación Casiopea que cambió su vida. Según la concepción cosmológica de la época, en la que el universo era inmutable, este tipo de fenómenos ocurrían a niveles inferiores de la esfera de la Luna y, por este motivo, se podía calcular la distancia del suceso. Sin embargo, cuando se quiso hallar dicha distancia se comprobó que este había tenido lugar en un nivel supralunar. Este acontecimiento hizo que Tycho reflexionara sobre su propia teoría del Universo, que plasmó en su obra De mundi aetherei recentioribus pahenomenis liber secundus. En ella hacía una crítica tanto a la astronomía aristotélica y ptolemaica, rechazando la inmutabilidad del Universo, como a la copernicana, pues Tycho situaba a la Tierra inmóvil en el centro del Universo, a cuyo alrededor girarían la Luna y el Sol -explicando así el porqué de los días y las noches-, y al resto de planetas girando en torno al Sol.

A su muerte, Tycho cedió todos los datos de su observatorio a su colaborador Johannes Kepler (1571-1630). Kepler era un seguidor de la teoría copernicana, la cual perfeccionó con suma precisión. Comprobó matemáticamente que el Sol era el centro del Universo y se percató de que la velocidad con la que los planetas recorrían sus órbitas era diferente, por lo que propuso que sus órbitas fueran elípticas y no redondas. Además, llegó a la conclusión de que la velocidad con la que los planetas recorrían su órbita variaba según su cercanía al Sol, ya que dependía de las fuerzas magnéticas que el Sol ejercía sobre ellos.

Imagen 8. En 1601 Kepler fue nombrado astrónomo imperial. En este gravado aparece junto a Rodolfo II

Imagen 8. En 1601 Kepler fue nombrado astrónomo imperial. En este gravado aparece junto a Rodolfo II

 

De forma contemporánea, Galileo Galilei (1564-1642) mejoró las lentes del telescopio e hizo grandes descubrimientos. Haciendo uso de tal instrumento, este estudioso dio a conocer que la Luna no era una esfera totalmente homogénea, sino que tenía relieves similares a los de la Tierra, siendo así cuerpos similares. Estudió las fases de Venus, hecho que apuntaba que este planeta debía girar alrededor del Sol. Descubrió los satélites de Júpiter, lo que probaba que había cuerpos celestes que no giraban en torno a la Tierra, y observó el movimiento de las manchas solares. Corroborando con todas estas observaciones la mutabilidad de la esfera celeste.

Imagen 9. Estudio de la Luna por Galileo

Imagen 9. Estudio de la Luna por Galileo

 

Si bien, el fin definitivo del universo aristotélico y ptolemaico llegó con Isaac Newton (1642-1727). Desde el punto de vista astronómico hay que destacar su preocupación por hallar el motivo del movimiento de los planetas, para lo que lo se basó en las aportes anteriores. En 1687 publicaba los resultados sobre este asunto en Philosophiae naturalis principia mathematica. Newton afirmaba que había una fuerza a distancia y estableció una ley universal: “dos cuerpos se atraen con una fuerza proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que las separa”. No es un error decir que esta ley universal perfeccionaba la tercera ley de Kepler, donde Kepler se había centrado fundamentalmente en el Sol, sin tener en cuenta la influencia de la masa que pueden ejercer cada uno de los planetas.

Esta ley, la Ley de la Gravedad, fue la solución a todas las cuestiones que se habían ido formulando a lo largo de la historia de la astronomía, dado que explicaba el porqué de la forma elíptica, la velocidad con la que describían los planetas y otros cuerpos celestes la órbita alrededor del Sol, la progresión de las estaciones a lo largo del año o el comportamiento de las mareas.

Para concluir, os traigo unas representaciones que reflejan la progresiva aceptación de todas las investigaciones mencionadas:

En 1711, el conde Luigi Marsilo de Bolonia encargó a Donato Creti la serie conocida como La serie de observaciones astronómicas, con el objetivo de convencer a través del arte al papa Clemente XI de la construcción de un observatorio astronómico. Finalmente, el observatorio se construyó en Bolonia, convirtiéndose en el primer observatorio público de Italia. Como podréis apreciar en todas las piezas el paisaje es fundamental. Todas las observaciones se realizan en la naturaleza, a las afueras de la ciudad. También se advierten algunos de los conocimientos astronómicos del momento, como los relieves de la Luna o los anillos de Saturno. Además, se usa el telescopio y un cuaderno para no perder detalle de lo que está siendo observado.

Imagen 10. Donato Creti, Observación astronómica de la Luna, Pinacoteca Vaticana (1711)

Imagen 10. Donato Creti, Observación astronómica de la Luna, Pinacoteca Vaticana (1711)

 

Imagen 11. Donato Creti, Las observaciones astronómicas del Sol, Pinacoteca Vaticana (1711)

Imagen 11. Donato Creti, Las observaciones astronómicas del Sol, Pinacoteca Vaticana (1711)

 

Imagen 12. Donato Creti, Las observaciones astronómicas de Júpiter, Pinacoteca Vaticana (1711)

Imagen 12. Donato Creti, Las observaciones astronómicas de Júpiter, Pinacoteca Vaticana (1711)

 

Imagen 13. Donato Creti, Las observaciones astronómicas de Mercurio, Pinacoteca Vaticana (1711)

Imagen 13. Donato Creti, Las observaciones astronómicas de Mercurio, Pinacoteca Vaticana (1711)

 

Imagen 14. Donato Creti, Las observaciones astronómicas de Marte, Pinacoteca Vaticana (1711)

Imagen 14. Donato Creti, Las observaciones astronómicas de Marte, Pinacoteca Vaticana (1711)

 

Imagen 15. Donato Creti, Las observaciones astronómicas de un cometa, Pinacoteca Vaticana (1711)

Imagen 15. Donato Creti, Las observaciones astronómicas de un cometa, Pinacoteca Vaticana (1711)

 

Imagen 16. Donato Creti, Las observaciones astronómicas de Saturno, Pinacoteca Vaticana (1711)

Imagen 16. Donato Creti, Las observaciones astronómicas de Saturno, Pinacoteca Vaticana (1711)

 

Imagen 17. Donato Creti, Las observaciones astronómicas de Venus, Pinacoteca Vaticana (1711)

Imagen 17. Donato Creti, Las observaciones astronómicas de Venus, Pinacoteca Vaticana (1711)

 

Bibliografía

“La Revolución Científica. La Revolución Copernicana” en Museo Virtual de la Ciencia, CSIC:
Enlace Museo Virtual

Museo Vaticano. Imágenes en alta resolución de la “Serie de observaciones astronómicas” de Donato Creti: Museo Vaticano

Javier Ordoñez, Víctor Navarro y José Manuel Sánchez, Historia de la Ciencia, Espasa Calpe, Madrid, 2005.

Javier Santaolalla, Biografías Científicas 9: Galileo Galilei: Video Youtube

René Taton (dir.), Historia General de las Ciencia. Volumen II. La ciencia moderna (de 1450 a 1800),
Destino, Barcelona, 1972.

Stephen W. Hawking, “Nuestra imagen del Universo”, en Historia del tiempo: Del Big Bang a los agujeros negros, Crítica, Barcelona, 1990.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *