Epidemia de peste en Granada (1679)

Durante el Antiguo Régimen, la subalimentación, la falta de higiene y los insuficientes saberes médicos daban lugar a una elevada mortalidad, que afectaba sobre todo a los recién nacidos. Como resultado, la esperanza de vida era muy baja (45 años). A esta situación hay que añadir los episodios periódicos de mortalidad catastrófica, derivados de las epidemias, de las hambrunas y de las guerras. Para esta ocasión me interesa detenerme en las epidemias y, más concretamente, en la peste. Con este fin, analizaré el romance de Felipe Santiago Zamorano: Romance verdadero donde se da cuenta de los varios efectos que causó la contagiosa epidemia en la nobilísima ciudad de Granada este año de 1679 [1], que relata los estragos que causó la peste de 1679 en Granada.

Las epidemias de peste solían iniciarse y/o expandirse con rapidez en los núcleos urbanos debido a las aglomeraciones de población y a la ausencia de sistemas de saneamiento y de higiene. A lo que hay que sumar la posición de las ciudades como puntos de intercambio, que facilitaba la llegada de elementos contagiosos, ya fueran personas o animales, como las ratas. En el caso de Granada, un médico anónimo de la ciudad ubicó el epicentro en la localidad costera de Motril.

Existían tres tipos de peste: bubónica, septicémica y pulmonar. La peste bubónica fue la más extendida y común de las tres y, según las descripciones de Felipe Santiago Zamorano: “A unos le daban granos mortales de forma que se abrían como veneno y mataban como ponzoña”, es esta la que protagonizó la epidemia granadina. La peste bubónica se caracterizaba por la aparición de ganglios grandes y dolorosos en las ingles, cuello y axilas, más conocidos como bubones. A estos síntomas le acompañaban hemorragias subcutáneas, altas fiebres, cefaleas, vértigos y, finalmente, una infección en los órganos vitales que provocaba la muerte. La letalidad era de un 90% entre los afectados. En Granada, durante el año de 1679, se registró el mayor número de fallecidos de todo el siglo: 3.138 personas, así como el menor número de bautizados: 1.216 niños.

Infectados de peste bubónica

Pero ¿cómo respondía la población de la época ante este tipo de epidemias? La peste era considerada en la mayoría de las ocasiones un castigo divino y así lo describe Zamorano en su romance: “Y así como castigo entró el mal en esta famosa ciudad…”, la cual “hizo muchas rogativas, pidiéndole a Dios por horas que el rigor de su justicia volviese en misericordia”. Como consecuencia, la primera reacción de la población era realizar rogativas y procesiones. Fueron sacados en procesión la Virgen de la Antigua, San Roque en su Custodia, Nuestra Señora de la Soledad, la Virgen de las Angustias, la Virgen del Rosario y el Santo Cristo de San Agustín.

El autor también cuenta que las personas acomodadas se iban a sus propiedades de las afueras y que los extranjeros huían despavoridos de la ciudad. Aquellos que no tenían a donde ir intentaban desprenderse de los elementos contagiosos, como ropas, sábanas y colchones, abandonándolos en medio de las calles. Sin embargo, Zamorano, consciente de la fatalidad de la epidemia, consideraba inútiles estas acciones. Nadie podía librarse de la peste, ya fueran extranjeros, ricos, pobres, jornaleros, caballeros, mujeres, hombres, niños o adultos.

“El forastero escribiendo tanto horror en su memoria por tomar la salvadera pone pie en polvorosa. A las quintas se retira mucha gente poderosa y es poner puertas al campo querer que el mal no les conozca. (…) Todo es llanto, todo es gritos a media noche, y a todas horas, porque la muerte ejecuta a todas horas. A esta le falta el marido, aquel se halla sin su esposa, el padre llora a sus hijos, y el niño llora a su madre”.

Con todo, la muerte no era el único problema que traía la peste. Hay que tener presente que la difusión de la epidemia conllevaba la interrupción de la vida cotidiana. Una de las primeras medidas que tomaban las autoridades era el aislamiento de la ciudad, lo que significaba la paralización de las actividades económicas y productivas. Esto suponía otro drama para los sectores más desfavorecidos de la población, que no podían continuar con sus estrategias de subsistencia.

“Paró el trato y el comercio cesaron, con lo que sus joyas vieron al Zacatín mudo y la Alcaicería sorda. Y no hay quien salga a la Fuente de la Teja, ni el Darro goza de ninfas, porque en su Carrera la muerte corre la posta. La dama se está en su casa, el galán no va de ronda, el noble no anda a caballo, ni el marqués en su carroza. El oficial no trabaja, ni el mercader vende cosas. Oh Granada, qué afligida te miro, Dios te socorra, pues toda España te cierra las puertas siendo una rosa”.

Mientras tanto, en el hospital intentaban atender a los enfermos:

“En el Hospital Real trató la ciudad heroica de curar los enfermos con caridad fervorosa. Nombran médicos famosos y cirujanos con otras personas que a los enfermos sirvan con almas piadosas. Con túnicas carmesíes los doctores pulsos toman, y otros a las venas pican, porque la sangre se corra”.

Los médicos de la época tenían una formación universitaria basada en los saberes del galenismo. La cultura médica del galenismo se fundamentaba en que el cuerpo enfermaba como consecuencia del desequilibrio de los distintos humores generados en su interior -a saber, la sangre, la flema, la bilis negra y la bilis amarilla-, y para recobrar dicho equilibrio era necesaria la purificación del cuerpo. Por este motivo, se llevaban a cabo sangrías, con las que se pretendía que el cuerpo expulsara las impurezas. No obstante, la imagen que ofrece el autor del hospital es de caos absoluto: confunden a los vivos con los muertos.

“Y formando un laberinto los que sirven se equivocan, al muerto informan por vivo y al vivo informan por muerto. Pues saliendo dos mujeres del Hospital con congoja hallaron a sus maridos desposados ya con otras, pues en fe de haberles dicho que murieron sus esposas, antes de estrenar los lutos, celebraron nuevas bodas”.

La epidemia continúa y Zamorano nos muestra más muerte. Ya no hay sitio para enterrar a los muertos, las familias han perdido a muchos de sus miembros e incluso algunas han desaparecido por completo. Por lo que se vuelve a recurrir a la ayuda divina. El 26 de junio de 1679, durante una procesión que llevaba a la Virgen del Rosario hacia el hospital, en la frente de la imagen apareció una luz de varios colores, que parecía formar una estrella, –cabe destacar que la virgen del Rosario que se saca en procesión hoy en día ha mantenido la estrella en su frente-. Ese mismo día también se sacó al Cristo de San Agustín, y cuando estaba próximo al hospital se produjo otro milagro, apareció una noble paloma, que voló alrededor de la cruz del santo. A partir de estos dos acontecimientos, según el autor, la peste comenzó a remitir.

“Viernes seis de octubre, con clarines y con trompas se publicó la salud con lo que Iberia se alboroza. Sábado siguiente se puso un artificio de antorchas que hizo la noche día con vistosas luminarias. Con alegría la Alhambra, viendo el triunfo sin discordias, disparó la artillería. El domingo la ciudad se postró en hacinamiento de gracias en la Iglesia Mayor celebrando el arzobispo en fiesta una portentosa misa pontifical con divinas ceremonias”.

 

[1] El romance está disponible en línea en el repositorio de la Universidad de Granada: http://digibug.ugr.es/handle/10481/12817#.Wlo6vUvaveR

 

Bibliografía utilizada

ARRIZABALAGA; J: “Discurso y práctica médicos frente a la peste en la Europa Bajomedieval y Moderna”, Revista de Historia Moderna, 17 (1998-1999), pp. 11-20.

HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, S. y RODRÍGUEZ BECERRA, S.: “El milagro en la Andalucía del Barroco: La frontera entre lo real y lo imaginado”, en IGLESIAS, J.J.; PEREZ, R.M. y FERNÁNDEZ, M.F. (eds.): Comercio y Cultura en la Edad Moderna. Actas de la XIII Reunión científica de la Fundación Española de Historia Moderna. Universidad de Sevilla, 2013, pp. 3073-3091.

JIMÉNEZ BROBEIL, S.A.; SÁNCHEZ MONTES, F. y GÓMEZ MARTÍN, M.: “Plague Epidemics in the City of Granada (Spain) during the 17th Century”, en: SIGNOLI, M. (ed.): Peste. Florencia, 2007, pp. 183- 186.

ORDÓÑEZ, J. NAVARRO, V; SÁNCHEZ RON, J.M.: Historia de la Ciencia. Madrid, 2009.

PÉREZ MOREDA, V.: La crisis de mortalidad en la España interior. Siglos XVI-XIX. Madrid, 1980.

SÁNCHEZ-MONTES GONZÁLEZ, F.: “El milagro de la Virgen de la Estrella: Un apunte sobre la devoción granadina en el s. XVII”, en: Actas de los VII Encuentros de Historia y Arqueología. Tomo I: Gremios, hermandades y cofradías. Una aproximación científica al asociacionismo profesional y religiosos en la Historia de Andalucía. San Fernando, 1992, pp. 171-177.

SÁNCHEZ-MONTES GONZÁLEZ, F.: La población granadina del siglo XVII. Granada, 1989.

SMOLKA, I.: “El Santo Cristo de San Agustín y la peste de 1679 a través de tres romances inéditos”, disponible en web de la Hermandad Sacramental del Santísimo Cristo de San Agustín, Jesús Nazareno de las Penas, Nuestra Madre y Señora de la Consolación y Santo Ángel Custodio, sección “Formación”: http://www.cristodesanagustin.com/formación/historia/

 

 

2 respuestas a «Epidemia de peste en Granada (1679)»

  1. Muchas gracias por toda esta información así como por las imágenes tan esclarecedoras.
    Un blog muy didáctico que nos puede resultar bastante útil.

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